23 de febrero de 2016

Antes y después de Berlín

Berlín me sorprendió. Por un lado, viniendo de otras ciudades europeas, me pareció enorme, ancha, monumental (un descanso de las tortuosas callecitas adoquinadas de Praga, pintorescas, pero tortuosas igualmente). Por el otro, me llamó la atención descubrir una ciudad tan moderna.

Esto tiene una explicación: no quedó mucho en pie en Berlín después de la Segunda Guerra Mundial, así que casi todo es nuevo. Hubo que reconstruir la ciudad entera puesto que solo quedaron unos pocos edificios que fueron testigos del antes y después de Berlín. Entre ellos está la Iglesia de Kaiser-Wilhelm (o Iglesia del Recuerdo), con un llamativo campanario trunco como recuerdo de un bombardeo; y el imponente Ministerio del Aire (hoy de Finanzas) que sobrevivió gracias a que se creía que ahí los Nazis estaban desarrollando nuevas armas (se temía que la bomba atómica) y por eso los Aliados, con la esperanza de rescatar los secretos de guerra, no destruyeron el edificio.

Del régimen Nazi y la Segunda Guerra Mundial queda bastante poco en Berlín así que, en ese sentido, decepciona un poco. Aunque creo que para los berlineses es motivo de orgullo que no quede nada para recordarles tan funesta época. Tanto es así que encima del búnker de Hitler (lugar famoso si los hay, donde se suicidó junto a Eva Braun), hoy en día hay un estacionamiento. Y ni siquiera uno lindo que se llame “Ex bunker parking”, uno de tierra y público frente a un edificio de departamentos poco llamativo. Si nadie le indicara el lugar, uno pasaría caminando sin apenas ver la placa que se puso en una de las esquinas con un poco de información y unos esquemas del búnker, con el único objetivo de evitar que los turistas incordiáramos a los berlineses preguntándoles dónde quedaba.

El hecho de evitar deliberadamente convertir este lugar en un sitio turístico tiene su mérito. Estando ahí no podía dejar de pensar que en otra parte del mundo sería un Disney Nazi con mini videos explicativos y maniquíes de Hitler pegándose un tiro. A una parte de mí le hubiera gustado ver eso, aunque solo sea por curiosidad histórica… pero bueno, ahí está el búnker relleno de cemento, tapialado y cubierto de un estacionamiento que no tiene ni siquiera pasto. Hitler no se merecía más acertado reconocimiento.

Rebobinando un poco, llegamos a Berlín agotados psicológicamente del hediondo departamento de Praga, pero con la felicidad de saber que nos esperaba un fantástico hotel (quizás no era para tanto, pero apareció en el momento justo para pasar a la historia como fantástico). Estábamos en las afueras, pero no importaba nada porque teníamos una habitación en las alturas y el auto estacionado gratis en la puerta del hotel. Alguna vez dije que la felicidad-alojamiento era una ducha caliente y una cama cómoda… Lo sostengo, pero sumémosle ahora el parking gratis y el trasporte público alemán: absoluto primer mundo (una se va volviendo más sofisticada con el tiempo).

Estábamos a unas pocas cuadras de la estación de Tiergarten, la que corresponde al principal parque de la ciudad, y en tren llegábamos hasta Haupbahnhof, un gigantesco edificio de vidrio que es la moderna Estación Central (se inauguró para el Mundial). ¿Para qué mentirles? El primer día tardamos como 40 minutos en salir de la estación; tomábamos ascensores para arriba y para abajo, pasillo para allá y para acá intentando dar con la combinación que queríamos hacer. Eventualmente nos dimos por vencidos, salimos al exterior y decidimos ir caminando.

Cruzamos el río Spree y entramos por un costado a la plaza del Parlamento que, siguiendo la misma línea arquitectónica, es enorme. Al final de una explanada de césped que se usa para los conciertos de verano y espectáculos, se alza el edificio del Parlamento o Reichstag. A un lado está el asombroso edificio de la Cancillería Federal que parece una construcción de la Guerra de las Galaxias. Uno se siente pequeño al caminar por ahí entre tanto gigante de hormigón.

Del Parlamento lo que hay que ver es la famosa cúpula de vidrio, desde donde se tiene una maravillosa vista de la ciudad. Las colas para sacar entradas son incluso más famosas que la cúpula, pero nosotros teníamos un as en la manga, un as gordito y babeante que nos facilitaría las entradas a muchas cosas durante nuestra estadía en Berlín: Matías. Si algo hay que destacar de los alemanes es que tienen más consideración que otros europeos para las familias con niños. Punto para ellos. Siguen en negativo por lo de los Nazis, pero van sumando (si contamos lo del transporte público, ya tienen dos puntos).

El primer día llegamos a la entrada del Parlamento, donde se congregaba una larguísima cola de gente, y temerosos preguntamos por nuestro destino. Fue volver al día siguiente y con más determinación, y voilá: pasamos sin esperar ni un segundo por los controles para acceder al edificio (después de todo, es el Parlamento en funciones). La cúpula, hecha enteramente de vidrio, tiene una especie de rampa que va subiendo en espiral hasta lo más alto y vuelve a bajar, de manera que la afluencia de turistas (por muchos que haya) es muy dinámica. Unas audio guías nos iban contando curiosidades del edificio y del Parlamento mientras mirábamos hacia fuera la estupenda vista de la ciudad de Berlín. Es una visita curiosa, recomendable y muy diferente a lo que uno esperaría de un edificio gubernamental. El diseño de vidrio, tanto la cúpula como el techo de la sala de legisladores, fue elegido como sinónimo arquitectónico de la honestidad política. Así que tiene la curiosidad de que se puede ver para afuera hacia la ciudad y para adentro hacia la sala legislativa. Les doy otro punto por honestos, o al menos porque les quedó bonito el cuento. Una de las mejores cosas del edificio es la galería fotográfica que hay en la base de la cúpula, donde se ve el Parlamento a lo largo de los años y a los principales protagonistas de la historia alemana.


Dejando atrás la plaza, nos adentramos en el centro de Berlín y lo primero que apareció ante nuestros ojos fue la famosa Puerta de Brandeburgo, otro gran testigo de la historia de la ciudad, magullada durante las guerras y estrella de tantas fotos militares del régimen Nazi. Seguro la tienen vista, es una construcción que recuerda vagamente a la Acrópolis de Atenas, con enormes columnas redondas y, en la cima, una cuadriga de caballos que llevan a la diosa Victoria mientras entra a la ciudad (todo este conjunto fue llevado a París por Napoleón durante la ocupación de Berlín). En la época del Muro de Berlín, esta célebre puerta quedó en tierra de nadie, en el espacio que había entre los muros exterior e interior soviéticos que se conocía como la Franja de la Muerte. Muy poca gente podía acceder a ella.

Desde la Puerta de Brandeburgo para fuera se ve el enorme Tiergarten que adentro tiene el zoológico; y para el centro comienza una de las avenidas más tradicionales de la ciudad: Unter den Linden (bajo los tilos). Los primeros dos edificios que se ven al pasar debajo de la puerta son, a la derecha la embajada norteamericana y a la izquierda, la francesa; y en las cercanías están también la rusa y la británica. Las embajadas a ambos lados de esta avenida parecen ser las guardianas de la cordura alemana moderna, se levantan serias como advirtiéndole al país que por ahí no van a desfilar más petisos con complejo de pintor frustrado que intenten conquistar medio mundo.

A un lado de Unter den Linden, justo detrás de la embajada norteamericana se encuentra el Memorial a los Judíos de Europa Asesinados o el Memorial del Holocausto. Es casi una manzana cubierta por 2711 estructuras de piedra que parecen sepulcros. El conjunto es triste, apático y se presta a todo tipo de fotos bobas que no se pueden hacer porque está prohibido pararse en las pseudo-tumbas. El arquitecto expresó que estaba diseñado para producir una sensación de confusión y la idea era que cada visitante sintiera algo distinto. A mi me hizo sentir vértigo geométrico por segunda vez en mi vida (ver Érase una vez Roma) porque todo está en un ángulo horrible y el suelo parece ondularse. Por lo demás, es feo y no solo lo pienso yo, tuvo todo tipo de críticas no solo estéticas sino también morales, en parte porque solo recuerda a los judíos europeos asesinados y no a todas las víctimas del Holocausto. Quizás se merecían algo menos controvertido que se pareciera más a un memorial y menos a castigar a los berlineses usándoles una manzana en la mejor zona de Berlín para llenarla de sepulcros; pero la combinación entre espíritu alemán culposo y diseñador judío morboso dio este resultado. No sé ni siquiera si puedo decir eso… quedé muy confundida al respecto y un poco mareada. De cualquier manera, sí vale la pena verlo desde el Google Maps (versión tierra), la imagen aérea es asombrosa.

 
Volviendo a cosas más lindas que visitar, en algún lugar del mapa de Berlín se halla el barrio medieval de Nicholas Quarter, al que le da su nombre la iglesia medieval de San Nicolás. Aunque Berlín tiene una increíble Catedral (Berliner Dom) que es preciosa, la de San Nicolás se destaca por ser la más antigua de la ciudad, fue construida en 1220. El pequeño barrio es de ensueño, quizás como la Berlín antigua…  En un barrio tan pintoresco, en una calle encantadora frente a la iglesia, no podía faltar una tetería donde refugiarse del frío por un ratito y tomarse un rico té con torta. Fue como tomar el té en la casa de esa tía abuela que colecciona miles de adornos y tiene todos los juegos de porcelana intermezclados. Un lugar entrañable.


Y una de las visitas que más me gustó y para mi sorpresa, además, porque no me hacía demasiada ilusión, fue el Museo de Pergamon. De los muchos museos que hay en Berlín (y hay muchos, hasta existe una Isla de los Museos, donde se encuentra éste, entre otros), el de Pergamon es el más recomendado y con razón. Otra vez hicimos uso de nuestro as gordito y sin esperar un minuto pasamos la entrada al Museo (que, a decir verdad, está bastante escondido para ser tan famoso). La curiosidad de este museo es que se fue construyendo alrededor de los increíbles descubrimientos que se trajeron a Berlín durante las campañas arqueológicas alemanas del 1900. Hay reconstrucciones extraordinarias de varios  edificios de la antigüedad. Las más destacadas son la Puerta del Mercado de Miletus y sus pisos de mosaico; la Puerta de Istar de Babilonia, una de las entradas a la muralla de la ciudad; y la Fachada de Mushatta, con sus extraordinarios 30 metros de frisos decorados. Es impresionante.
 
Como dato anecdótico vale la pena destacar que durante la Batalla de Berlín, los soviéticos se llevaron algunas cositas del museo para protegerlas. Hoy en día pueden verlas en el Museo Pushkin de Moscú o en el Hermitage en San Petersburgo, todavía las protegen. Los alemanes, agradecidos.

El Muro de Berlín es uno de esos íconos históricos que producen mucha curiosidad, yo misma me sentía terriblemente cautivada por él aún sin saber bien la historia detrás. El muro se construyó la noche del 12 al 13 de Agosto de 1961 con el supuesto fin de proteger a la Alemania soviética de la Alemania de dominio aliado. La ciudad de Berlín había quedado del lado soviético pero al ser tan importante se la dividieron en dos mitades, una soviética y otra de control británico, francés y norteamericano. El lado aliado de Berlín quedaba como una isla en medio de un mar soviético, con lo cual, el fin práctico del muro fue evitar que se les siguieran escurriendo personas del lado soviético al vecino. Así fue que los berlineses amanecieron el 13 de Agosto con el muro separando la ciudad en dos, con todo lo que eso significa. El tren y el metro siguieron funcionando, pero pasaban de largo las estaciones del lado occidental que luego quedaron como estaciones fantasmas.

Quizás lo que más atraiga de la historia del muro sean todos aquellos intentos de cruzarlo, los exitosos y los fallidos. Se cree que 270 personas murieron tratando de atravesar el Muro. De los Check Points por los que se pasaba el control de pasaportes, el más famoso fue el Check Point Charlie. Por ahí era el paso de los extranjeros y allí estuvo a punto de desatarse la tercera guerra mundial en un episodio de extrema tensión en plena Guerra Fría. Hoy puede verse totalmente reconstruido y con dos soldados falsos (uno americano y otro ruso) haciendo tonterías para que la gente se saque una foto con ellos y la famosa garita (por la módica suma de 3 euros). Esto me chocó un poco, la verdad (no lo de los 3 euros, lo de los soldados falsos), me pareció un tanto ridículo y casi de mal gusto.

El Muro de Berlín cayó junto con el sistema que lo sostenía en 1989 y los restos se pintaron con enormes dibujos recordando la era soviética. Las infames paredes despertaron el genio creativo de talentosos artistas y luego de turistas menos talentosos pero con igual intención de inmortalizar su mensaje. La llamada East Side Gallery, una de las franjas del muro exterior que queda junto al río (en un barrio donde todavía se tienen en pie algunos pocos edificios decrépitos) se ha convertido en un lienzo donde los mensajes más inverosímiles compiten por un lugar con los dibujos originales.

"El hombre que nunca acababa las fra..."
"Para cuando vengas Nicolás te dejo un beso"
Como contrapartida de lo que representó el Muro, al otro lado de la ciudad existe uno de los lugares más modernos de Berlín: la zona de Potsdamer Platz. Algún día fue la plaza más concurrida de Europa y el escenario del crecimiento hotelero de Berlín, pero quedó abandonada tras la Segunda Guerra Mundial y durante la construcción del Muro permaneció en tierra de nadie, entre las franjas soviéticas y americanas. Hoy en día es un barrio de complejos edificios y zonas de ocio muy elegantes, entre ellas la que más destaca quizás sea el Sony Center por su insólito diseño circular y con un techo que parece una palmera gigantesca que se ilumina de colores. Es el lugar ideal para salir a cenar en la ciudad.


Así es Berlín: moderna y pujante, a la vanguardia de Europa en muchos aspectos, pero con una gran cicatriz histórica que todavía atraviesa sus calles. Es una ciudad que se esfuerza por redefinirse y dejar atrás su pasado. Para ello, recibe día a día a los turistas con mucho más que viejas historias del Nazismo, afortunadamente. La vida continúa y la historia se le acumula. Por suerte las paredes del Muro y el Memorial del Holocausto hoy solo son puntos turísticos y no más impresionantes que el Museo de Pergamon. El tiempo dirá, ustedes dirán.