29 de octubre de 2014

Paciencia al estilo kiwi


El aislamiento geográfico de Nueva Zelanda no es una novedad, durante 80 millones de años estuvo lejos y además deshabitado. Fue el último gran territorio del mundo en ser poblado, recién entre 1250 y 1300 un grupo de polinesios decidió instalarse en la zona, iniciando lo que luego se convirtió en la cultura Maorí. Su curiosa ubicación también creó en este lugar un ecosistema único en el mundo, donde las aves como el kiwi, el kakapo y el takahe no vuelan porque nunca tuvieron depredador natural y las especies como los conejos o las ratas se vuelven plaga rápidamente y aterrorizan a los agricultores por la misma razón.


Aunque desde la llegada del hombre se cree que casi el 50% de las especies de vertebrados se extinguieron, la gran riqueza de Nueva Zelanda sigue siendo principalmente su naturaleza. Y poca naturaleza íbamos a ver desde el centro de Auckland, así que había que empezar a moverse. Aunque el tiempo no nos acompañó, el primer fin de semana de aventuras nos fuimos a la vecina isla de Rangitoto.

14 de octubre de 2014

Crónicas neozelandesas: Acá vamos de nuevo...




Mi primer acercamiento a la cultura neozelandesa fue que descargué (ilegalmente, debo admitirlo) el libro “El Señor de los Anillos”. No sé qué me hizo pensar que podría leer el libro cuando me había quedado dormida durante los primeros 15 minutos de la película… dos veces. Como “plan B”, agarré un libro amarillento proveniente de las amplias y misteriosas estanterías de la casa de mis padres: “El pájaro canta hasta morir”, cuya historia sucede en parte en Nueva Zelanda y en parte en Australia. También había sobre la mesa del escritorio (dejado ahí a propósito por mi marido) una guía Lonely Planet de Nueva Zelanda. Pero eso no me atrajo en lo más mínimo. “A dónde ir”, “qué ver”, etcétera, son datos poco relevantes para quien se traslada un poco a regañadientes a la otra punta del planeta.

Para serles completamente sincera, ya a esa altura estaba cansada de que la gente me hablara maravillas de Nueva Zelanda. No se olviden de que para mí, cada nuevo lugar puede ser “mi lugar en el mundo” y temía encontrarme eso. Y tan lejos… ese era el miedo: que el paraíso en la tierra quede tan lejos de mi casa. La casa antigua y la nueva, que ahora está en Madrid, flamante y esperando que nos dejemos de pavear por el mundo y la usemos un poco.