7 de octubre de 2012

Donde se quiebra el espíritu, Dachau



De mi primera visita a un campo de concentración obtuve, además de lágrimas, ira y desconcierto, una crónica.
 Ahí va... 
A veces lo único que puede hacer uno es contar la historia.


Dachau fue mi primera experiencia en un campo de concentración. La verdad es que no quería ir. No se me ocurría ni una buena razón para visitar un lugar así. Pensaba “no necesito ir a ver eso, ya sé cómo fue”. Y después se me ocurrió una razón: contarlo. Tenía que contarle a mi Papá, que siempre quiso saber sobre la II Guerra Mundial y que leyó mucho sobre los nazis. Mi abuelo tampoco me hubiera perdonado que no haya entrado.

De miedo y de nervios por lo que me esperaba, me largué a llorar en la entrada. Ni siquiera en la entrada, en el estacionamiento. Ale me consoló, pero yo estaba en lo correcto, porque Dachau no decepciona ni al más exigente de sus visitantes: está creado para impresionar, para revolver el estómago, para enfurecer.

No es que sea una persona impresionable (que lo soy) pero mi mente es muy malvada y suele guardar todas aquellas imágenes que precisamente no quiero recordar, para mostrármelas a cada rato. Es por esto que me cuido tanto de lo que veo. Y, de todas las características humanas, la morbosidad es la que más deploro, así que siempre trato de luchar contra ese instinto.

Dachau es hoy en día un memorial de entrada gratuita, que conserva la mayor parte de lo que fue el primer campo de concentración del régimen nacionalsocialista. Empezó a funcionar en 1933 y fue de los últimos en cerrarse. Sirvió como modelo para la construcción de muchos otros y además recibió visitas internacionales (de periodistas y políticos) que iban a ver y a elogiar las maravillas de este llamado “centro de detención y rehabilitación”.

Cuando se inauguró acogió principalmente a presos políticos (comunistas y detractores del gobierno). Los primeros presidiarios ayudaron a construir el resto de edificios de Dachau, que era una antigua fábrica de pólvora.

El camino al viejo campo de concentración comienza por la calle de tierra que recorrían los detenidos desde la estación del tren hasta la puerta principal: una reja negra con la triste inscripción “El trabajo los hará libres”. Luego de cruzar la entrada, los prisioneros (al principio, hombres que se sabían detenidos por alguna razón particular y luego familias enteras) eran desvestidos, bañados, rapados. Se les entregaba el uniforme del campo de concentración (rayado griz y blanco) y una insignia que debían coserse a la ropa. Ésta insignia los diferenciaría por categorías como: político, homosexual, inmigrante o asocial. Y, dentro de cada una de ellas, también había más distinciones, como la de aquellos judíos.

Las vejaciones que sufrían los detenidos en esta primera parte del proceso eran, quizás, poco llamativas, ya que se dan en bastantes cárceles del mundo hoy en día. Incluían golpes e insultos. Luego les era asignado un lugar para dormir dentro de los inmensos barracones (69, que incluían uno para el clero y otro para experimentos médicos), una tarea, un pequeño armario y una silla. El ambiente en el que vivían, de trabajo forzado y múltiples carencias, estaba regido por una política del terror. Los prisioneros debían formar en el patio del campo durante horas por la mañana, incluso en invierno, con su uniforme de camisa y pantalón. Si alguno se desmayaba o se caía, no se lo podía ayudar. Los débiles y los enfermos (que no servían como mano de obra) eran asesinados de un tiro. Los demás, al más mínimo incumplimiento (tan absurdo como no doblar la sábana en los centímetros exactos exigidos), eran sometidos a tremendos maltratos, como colgar de los brazos en las vigas de madera que cruzaban los techos de los baños.

Algunas infracciones se pagaban con la muerte directamente, por ejemplo, pisar el césped que bordeaba la prisión por dentro. El campo estaba rodeado de una cerca alambrada, un pozo y luego un muro con guardias armados. A veces los guardias tiraban las gorras de los presos al pasto que, cuando iban a recogerlas, morían de un disparo. No tenían demasiada alternativa porque formar en el patio por la mañana sin el uniforme reglamentario, también merecía un tiro.

A medida que el campo se fue superpoblando (los registros de Dachau hablan de 206.206 presos) , comenzaron las restricciones de alimento y de espacio, el hacinamiento produjo la rápida expansión de enfermedades. El cuerpo médico tenía una sola consigna “si mueren, mejor” (dicho por un médico de Dachau) y avalados por esta norma, empezaron los experimentos humanos de todo tipo. Entre todo tipo de otras crueldades, crearon un barracón especial donde las mujeres eran forzadas a prostituirse para mantener “el buen ánimo” en la prisión.

25.000 personas murieron a causa del hacinamiento, enfermedades y suicidios. No se tiene un número oficial de los prisioneros asesinados durante los 12 años en que funcionó como campo de concentración, algunas fuentes dicen que morían 200 por día en los últimos años. Si bien Dachau posee cámaras de gas, se cree que nunca se usaron. A diferencia de los hornos crematorios, que no dieron abasto en la tarea de deshacerse de los cuerpos. Cuando comenzó el declive del régimen nazi, en los últimos meses de la II Guerra Mundial, los campos de concentración de toda Alemania empezaron a mandar a sus prisioneros a Dachau. Se llamaron “marchas de la muerte” porque se esperaba que los detenidos murieran en el camino, cosa que sucedía en gran medida. De tal modo, llegaban a Dachau grandes vagones de tren llenos de muertos que, luego de ser desvestidos, eran trasladados a los hornos.

Cuando llegaron las tropas aliadas a liberar el campo de concentración no sabían lo que les esperaba. La sorpresa y el horror quedaron inmortalizados en los videos que filmaron los propios soldados tras descubrir las pilas de cadáveres desnudos abandonados fuera de los vagones de tren o en los hornos, así como también las miles de personas con caras grises y huesudas que, a pesar de estar desnutridos y al borde de la muerte, sonreían a los soldados que venían a liberarlos.

El desconocimiento de lo que sucedía en Dachau era tan grande (o, al menos, eso parece) que en un primer momento se abrieron las puertas de la prisión a los habitantes del pueblo vecino. Es tremendo ver a las mujeres alemanas, vestidas con elegantes tapados de piel (como quien se prepara para una visita patriótica), llorando desconsoladas mientras recorrían ese horror.

Aunque el campo de concentración dejó de funcionar como tal tras su liberación en 1945, muchos presos siguieron muriendo a causa del sufrimiento padecido. Y el destino de toda aquella gente mejoró solo un poco durante el primer tiempo. La mayoría de los jefes de Dachau huyeron antes de que las tropas aliadas llegaran al lugar. Los altos mandos dieron a los guardias la orden de quedarse para cuidar que los presos no escaparan, aún cuando sabían que ya se había terminado todo para ellos. Muchos de los alemanes nazis que participaron de masacres como estas fueron perseguidos y juzgados, incluso asesinados. Algunos todavía viven.

Una importante cantidad de gente sobrevivió a campos de concentración. Impresiona una maldad que no tenía fin y parece imposible tanta resistencia, el instinto de sobrevivir.

Dachau conserva hoy varios de los barracones originales con sus camas cuchetas interminables, los baños comunitarios y las zonas de clasificación, el patio principal, las cámaras de gas y los hornos crematorios. A través del recorrido por el memorial es posible ver fotos de los presos en las  distintas épocas, leer artículos de los diarios internacionales sobre sus visitas, revisar los documentos de registro,  escuchar grabaciones originales de presos y de guardias, leer datos médicos sobre los experimentos y cartas de los detenidos, ver videos del campo de concentración en funcionamiento y de los días posteriores a la liberación.

La cantidad de información disponible en Dachau es impresionante, satisface las curiosidades más exigentes, también produce impotencia, odio y desconcierto. Simplemente, no se puede creer tanta maldad. Tanta locura. Tantos seguidores.



Entrada principal

Patio central

Sala de clasificación
Uniforme de los prisioneros

Insignias

Crematorios

Cercado

No hay comentarios:

Publicar un comentario